Quien participe en la misa de Navidad tendrá el placer de ver alineados cerca del altar, durante la función, a los Alabarderos. Un manípulo de hombres armados que, es justo recordarlo, representan uno de los más importantes privilegios del que goza el arcipreste de Monza, la única figura eclesiástica, junto al Papa, que puede formar guardias armadas dentro de la iglesia.
Un privilegio antiquísimo si es verdad, como alguien afirma, que suyo origen es datado nada menos que a la época medieval, por lo tanto mucho antes del nacimiento de la Guardia Suiza Pontífica (1506). El uniforme que llevan los hombres que forman parte del cuerpo – hoy todos voluntarios, elegidos entre jóvenes de fe católica con no más de cuarenta años de edad – ha sido aprobada con un edicto en 1763 por la emperatriz María Teresa de Austria, después de que los “Fabbricieri” del Duomo le habían presentado el modelo, suplicando su parecer.
El uniforme está compuesto por una larga chaqueta, chaleco y pantalones hasta la rodilla de color azul con bordadas dorados, falucho (introducido por Napoleón, en cambio del tricornio, camisa y guantes blancos, cinturón con hebilla sobre la que está reproducida la imagen de la Corona Férrea, medias color celeste y zapatos negros, espadín con empuñadura de latón y, claramente, el alabardo, imponente y antigua arma de representación más que de ofensa, útil a contener y disciplinar la masa durante las procesiones en los tiempos pasados.
Los que no logren asistir a la misa solemne podrán admirar el uniforme de los alabarderos tambien dentro del Museo y Tesoro del Duomo, en un escaparate junto a un bonito retrato de un Alabardero del Duomo de Monza del pintor monzese Pompeo Mariani, de finales del Ochocientos.
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